Un
ejemplo es la percepción. Pero no
hablar de percepción como un concepto, como una palabra, sino como una
sensación que puede con fineza, precisión y dulzura, ser un salvoconducto a
espacios, lugares, sabores, personas y a todo, a todo lo que es querido.
Y
si hablo de percepción, lo tengo que hacer de los olores, hoy de un día de cuarentena
que empieza al despertar y recordar el sueño
de la noche anterior: Soñé con el mar.
Me
vi de frente al mar y me sentí muy cerca de él. Lo respiré con mucha fuerza,
porque sé que no hay nadie entre nosotros que estando frente al mar no haya
parado por un momento de su vida para respirar hondo, y dejar entrar de golpe esas
bocanadas de brisa, sal, peces y arena mojada.
Desperté
para dar un corto espacio al recuerdo del sueño y pase al siguiente olor: El
olor al café del desayuno. Hablando
de placeres matutinos, creo que después del sexo no hay opción y mejor dicha
que dejarse envolver en el reconfortante olor a café. Café de la mañana. Ese
olor que a través del recuerdo tiene el poder de transportarme a un pueblo de
la bocacosta guatemalteca y devolverme esa imagen de frutas tropicales y de
viento anunciando lluvias de mayo.
Mediodía
ya en esta casa, estamos en dos mil veinte, también en mayo y también en sábado.
Y de repente las primeras gotas de lluvia que se estrellan con la limitada
tierra del minúsculo jardín levantando de golpe un olor suave, diminuto, casi
imperceptible; pero recibido con mucha atención: petricor o dulce olor a tierra mojada.
Petricor,
que me lleva directo a la infancia conjugada con lluvia en techos de lámina
oxidada o suelos de tierra: ya sea en la casa de la abuela, la casa de mis
padres, el campo de fútbol en la escuela, las calles de polvo en la colonia San
Antonio o la siembra de maíz de mi padre.
Y
entre olores de cuarentena, armémonos pues de remedios y recuerdos.
Curso de Redacción SOPHOS. Tarea OLORES.
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