Soñé con una mazorca
formada de granos negros y gruesos.
Desperté
y en el juego de memoria
vino mi padre después de cinco años.
Noviembre en sus días fríos
que nos empezaban
con los gritos de mamá
y el ánimo de papá.
El sol leve de la mañana,
el polvo entre los labios y las botas.
El sol fuerte de medio día,
la merienda y las mazorcas.
Las mazorcas, los sacos
y el sol leve de la tarde que se venía rojo
con una bandera de descanso
y hoy con dos reclamos:
I
De maíz era la casa de la abuela en aquella aldea y con trabajo en cada
pasillo, en cada esquina y a toda hora de luz que daba el día y en un intento
de sabotaje:
-Abuela usted ya está mayor y enferma, ¿Por qué siembra tanto maíz?
-Este año te regalo un picopada de maíz- dijo la abuela con gesto ilusionado.
Quedé mudo y pensado qué hacer con tanto maíz. A esa edad el maíz
para mí no era más que la causa de no estar haciendo lo que los demás niños hacían
en vacaciones: jugar al fútbol.
II
En una de esas jornadas de domingo en donde se podía pensar en pasar jugando
todo el día:
-No quiero ir ¿Por qué tengo que ir yo?
-( )- silencio, la típica respuesta de papá, pero
esta vez con una mirada cargada de mucha tristeza y desilusión.
De todas formas me llevó.
A los 4-5 años mi autonomía era un tema de duda, pero el recuerdo quedó con tanta fuerza que fue suficiente para no volver a reprochar instrucción ante
el trabajo en el campo, en la milpa.
28/04/2020
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