martes, 28 de abril de 2020

MILPA

Soñé con una mazorca
formada de granos negros y gruesos.
Desperté
y en el juego de memoria
vino mi padre después de cinco años.

Noviembre en sus días fríos
que nos empezaban
con los gritos de mamá
y el ánimo de papá.

El sol leve de la mañana,
el polvo entre los labios y las botas.

El sol fuerte de medio día,
la merienda y las mazorcas.

Las mazorcas, los sacos
y el sol leve de la tarde que se venía rojo
con una bandera de descanso
y hoy con dos reclamos:

I
De maíz era la casa de la abuela en aquella aldea y con trabajo en cada pasillo, en cada esquina y a toda hora de luz que daba el día y en un intento de sabotaje:
-Abuela usted ya está mayor y enferma, ¿Por qué siembra tanto maíz?
-Este año te regalo un picopada de maíz- dijo la abuela con gesto ilusionado.

Quedé mudo y pensado qué hacer con tanto maíz. A esa edad el maíz para mí no era más que la causa de no estar haciendo lo que los demás niños hacían en vacaciones: jugar al fútbol.

II
En una de esas jornadas de domingo en donde se podía pensar en pasar jugando todo el día:
-No quiero ir ¿Por qué tengo que ir yo?
-(   )- silencio, la típica respuesta de papá, pero esta vez con una mirada cargada de mucha tristeza y desilusión.

De todas formas me llevó.
A los 4-5 años mi autonomía era un tema de duda, pero el recuerdo quedó con tanta fuerza que fue suficiente para no volver a reprochar instrucción ante el trabajo en el campo, en la milpa.


28/04/2020


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