-El problema son ustedes, los modernos, que van por allí sin
creer en nada- fueron las palabras con las que la propietaria de la cantina
interrumpió aquel momento, en aquella noche, donde tres forasteros,
trabajadores de paso, hacían el repaso de la jornada alrededor de una rústica mesa de pino, que con cierto desnivel aceptable soportaba unos octavos de quetzalteca naranja y tres bolsas de tortrix sabor a limón. Y continuó
diciendo:
-Acá, el puente que pasa por Ixmulej se cayó tres veces.
Antes de cada caída se le vio a un hombrecito en la cumbre
del cerro levantar la mano derecha, después el río crecía y el puente se caía.
El hombrecito siempre ha sido el dueño de las tierras, de
las montañas y reclamaba lo que le corresponde.
Y fue hasta la cuarta vez que lo hicimos bien, antes de
construir el puente, cumplimos con la costumbre. – ¿Qué es la costumbre?
-preguntó uno de los oyentes- es el acto– dijo, con un tono de voz más bajo y
continuó diciendo:
-Llevamos al párroco, la marimba municipal y un chompipe. El
párroco dio la bendición, la marimba tocaba y al chompipe le cortamos la cabeza
y la enterremos en la base del puente.
Fue un día muy especial para el pueblo y sólo así es que el
puente se ha mantenido por ya más de veinte años.
Cuilco, Huehuetenango 30/01/2019
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