miércoles, 19 de diciembre de 2018

La Banda Comunal


Y dicen que es la banda comunal de mi pueblo,
que sus valses y sus sones siguen muy afinados 
y que después de 70 años de sonar ese tún tún 

va dejando un eco muy gastado 
pero lleno de papá y de papás de mis papás.



martes, 13 de febrero de 2018

La rara circunstancia

Disimulo mi existencia
me someto a ser olvidado,
y entre persona, animal o cosa
me convierto en cosa.

Me paseo con los perros por las noches
hablo con los árboles
y si las nubes lo permiten
me frecuento con la luna.

Siempre llego tarde a los amaneceres
y en los atardeceres me columpio entre telas de araña
y construyo sonrisas para dama:
algunas las vendo, otras las alquilo
pero la más grande de todas
la guardo para recibirte a vos
y tu infinita sensibilidad a lo humano.


miércoles, 31 de enero de 2018

MI MACONDO

Tendría cuatro años cuando llegó la energía eléctrica y la abuela lo celebró comprándose un refrigerador.
Con el refrigerador lo primero que hizo fue unos helados para mí, mis hermanas y los chicos de las casitas de cerca. Le quedaron tan bien que pensó en montarse una venta de helados.
La venta empezó y con el tiempo siempre se le escuchó decir que esta dejaba poco o que se cerraba el día con números rojos.
La abuela no sabía leer y escribir, pero sabía de números y cuentas, lo que podía verse en sus otros negocios, en los que siempre le iba bien: las vacas, el queso, el maíz y los demás etcéteras que sembraba.
Y fue pasar un día entero con ella para conocer su plan de negocio, el cual iba así: llegaban los chicos en dos, tres o más. Iban por un helado y la abuela les daba tres o cuatro, punto que justificaba con un “les puede dar armonía a los otros y no les alcanza”. (Armonía: palabra que usaba para referirse a antojo).
Así todas las tardes, los chicos repetían su paso por la casa de la abuela y el negocio de los helados se mantuvo, cerrando siempre en números rojos, pero la abuela supo cómo mantenerlo a flote, hasta que un día su cuerpo le jugó una mala pasada y antes de irse de hospitales dijó, –esperarme que ya vuelvo-. Y volvió, pero en una caja.
Ese día en el pueblo no lloraron sólo los adultos, los chicos también acompañaron en llanto.
...
Tendría seis años cuando los caminos para carro/auto/coche, llegaron a otros sitios más allá de la casa de la abuela.
Una noche la tía Marcos hablando con mi papá soltó un “No puedo morir sin llegar estrenar el camino que llega a mi casa”.
Al día siguiente mi viejo arranca su camión Ford de los 70`s y de copiloto la tía Marcos. Y allí los dos en ese viaje de 150 metros, mi viejo yendo y la tía volviendo, mi viejo silbando y la tía llorando.
Los dos allí con ese estallido por dentro, ese que se siente cuando se hace algo por primera vez.

Pasamos muchas tardes allí, bajo un árbol de ciruela que siempre tenía ciruelas, o escondidos en un trigal o maizal o buscando ardillas, o solo viendo el sol esconderse detrás del volcán Tajumulco.
Todo parecía gigante y hoy todo es chico.
El árbol de ciruelas ya no está, pero allí está el pueblo, con su polvo o su lluvia y con sus casas abandonadas.Pero manteniéndose firme, como el deseo de volver que tienen todos los que tuvieron que salir y que algunas noches antes de dormir, son asaltados por el recuerdo de que en algún momento vivieron allí siendo tan felices con tan poco.

El Edén Palestina de Los Altos, Quetzaltenango.

martes, 2 de enero de 2018

Para el dolor del mundo

Y para hacer frente al dolor del mundo
despierta cada día con una de las 61.820 risas que te quedan
-espero que vivas 200 años-.
Porque esa risa tuya
es un cántaro de agua fría
en estos jodidos desiertos.


08-12-17


Idrián y el barrilete. Trinidad, Cuba.